A veces
sucede en la mente de una persona que todo se derrumba y entra a pasar una gran
filmina muy rápido, tan rápido que parece que aprendes de tu propia vida lo que
no podes aprender de muchos libros e historias que te contaron.
Ese
instante eterno siempre te hace sentir soledad, esa dura y cruel soledad, que
hiela tu nuca, te hace apretar los dientes, te da un golpecito en el corazón y
te hace torcer la boca y caer una lagrima… tras esa lagrima, muchas y muchas
más.
Tal vez yo
vivo a la sensación de estar sola de esa manera, y tal vez, esta es mi manera
de llorar, pero así se entra en mis poros ese sentimiento. La vida no es tan
cruel pero por lo menos la sensación de vivirla tan apasionadamente si lo es.
¿Te sentís
sola Emilia? –Constantemente. Pero
cuando más crees que tu mundo se derrumba, y vos sabes que todo está para
levantarse, más ganas te dan de llorar. Ahí yo respiro hondo y le cuento a
todos los que quieran escuchar, lo mal que estoy, ahí aparecen ciertos seres de
mi alma.
Son de mi
alma, y de ninguna alma más. Estos seres hacen que mis lágrimas valgan la pena,
aunque la angustia persiste, se apacigua, se tranquiliza. Ella sabe como yo que
la angustia no es eterna, pero se deja sentir como tal.
En estos
momentos donde todo parece una cruel realidad, mi corazón me dice: “Emilia,
mira lejos y verás que no solo sos una máquina
de dios sino también de vos misma, sé una maquina pero date cuenta de quién es
la culpa de serlo.” Esa persona culpable se llama igual que yo.
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