miércoles, 18 de marzo de 2009

Mala Noche

Siempre hay un momento en la vida de cualquier persona en la que el optimismo que uno lleva en la vida cotidiana se acaba y dice BASTA! y es cuando una noche de invierno a las tres de la mañana te quedas sin escabio donde todas las estaciones de servicio abiertas ya no venden alcohol o están lejos para ir hasta allá y no hay ningún puto negocio abierto donde te vendan un par de porrones o aunque sea un Fernet Imperial. Es ahí donde no te queda otra que volver para tu casa con la cabeza gacha, mirándose las caras uno con los otros con una sonrisa de fracaso y con unas ganas tremendas de seguir de joda. Ahí deja de existir cualquier tipo de optimismo habido por haber, te sentís un mediocre, un poco cosa y te repetís constantemente: “Esto a mi no me puede estar pasando!!!”

Pero la cosa no termina ahí, llegas a tu casa lo primero que haces es abrir la heladera ¿y que encontras? Siete botellas de agua y un culito de cerveza sin gas. Resignado buscas algo para el bajón o para comer algo para llenar ese vacío que te quedó del fracaso de la noche y ves un pedazo de queso rallado donde ahí nomás te empieza a picar la boca y le metes mucho agua con un poquito de limón que había en la puerta de la heladera, medio limón.

Viendo todo esto decidís acostarte a dormir pensando en lo que hubiera sido de la noche que no fue derruida con solo el intento. Te tiras en tu cama sabiendo que no tenés nada de sueño pero que no te queda otra para hacer. Entonces miras el techo y analizas cada punto de tu habitación que obviamente conoces mejor que la palma de tu mano, cansado de eso lees todos los mensajes viejos de tu celular, buscas alguna función que nunca hayas visto, cambias kilómetros a millas o boludeas con el cronometro, te sacas fotos o miras las que ya había, jugas a los juegos que ya te conoces de memoria y sabes que más de ese nivel no avanzas o aquel que ya lo terminaste y que lo volvés hacer todo entero en menos de diez minutos y todo eso sin parar de mirar el reloj que no se mueve y sigue clavado en las cuatro de la mañana. Todavía indignado pensando en esa cervecita que no te pudiste tomar, en que en este momento estarías en el auge de la noche, hablando, chupando y todas esas cosas de la que ya estas acostumbrado pero NO tu noche ya había terminado (o mejor dicho ni había comenzado) y te dormís con una bronca y enojado de la vida, a las cuatro y diez de la mañana.


De mi autoría con la colaboración de Martín Paul.

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